7/26/2010

El Manual de la Perfecta Cabrona

Dedicado a 2 personas: Monica, gracias por hablarme de esto y preocuparte tanto por mi amiga. A mi persona... I REALLY need a wake up call!


El Manual de la Perfecta Cabrona, por Elizabeth Hilts.

Este libro es para mi hija, Skannon Hillory Hector, cuya visión y ayuda fueron esenciales para realizarlo; y para mi padre, Robert Gifford Hilts, a quien sigo echando de menos cada día.

**************************************************

¿Podrías aceptar más trabajo sin que te aumentemos el sueldo o te ascendamos?

Me gustaría que llamaras más a menudo.

¿Podrías hacerme el trabajo de plástica para mañana? Si no lo llevo, me suspenden.

¿Podrías parecerte más a la hija que siempre quise?

¡YO CREO QUE NO!

“Teníamos tanto en común: yo lo amaba y él se amaba a sí mismo”.
SHELLEY WINTERS

[INTRODUCCION]
Plantada, pero con los ojos abiertos.

Dejad que os explique en un momento por qué escribí este libro.
Todo empezó en febrero de 1993, con mi artículo "Ponte en contacto con la cabrona que llevas dentro», publicado en Hysteria, una revista de humor para mujeres.
La revista se publicó, una personalidad en el medio de las comunicaciones vio el artícu¬lo y me llamó para que diera una entrevista en la radio y, de repente, fui considerada como “la experta en la cabrona que llevamos dentro». Pues bien, lo soy. Pero antes de que «ella» se convirtiera en el objeto de mi espe¬cialización, era experta en encanto tóxico. Desde el día de mi nacimiento me entrena¬ron en las habilidades del encanto. La frase que mi madre me repetía más veces era: «Eli¬zabeth, compórtate»,
Y lo intenté. De verdad. Procuré ser un ejemplo de amabilidad: una Melania Wilkes, una Beth de Mujercitas (¿o era Amy?), una Mary Ingalls... Aprendí de memoria los nom¬bres de los componentes de la familia más tó¬xica, los Encanto: Actuar, Hablar, Sentarse, Pensar e, incluso, Vestir.
Hablar con Encanto fue difícil. Intenté mantener un tono de voz bajo y bien modu-lado. Cuando eso no funcionó, lo subí una octava, lo que me obligó a susurrar. Yo creía que sonaba más dulce; todos los demás, que tenía laringitis.
Vestir con Encanto casi me hizo perder la razón. ¡Encanto... cuando lo que yo quería era usar blusas cortas! ¡Escotes! ¡Ropa entallada! Pero, al final, fue el viejo Actuar con Encanto el más tóxico de la familia. Simple¬mente, no podía hacerla. Me reía estrepito¬samente; decía lo primero que se me pasaba por la cabeza. Cuando era adolescente, mis amigas solían decirme: «¡Deja de hacer el ridículo!», y en los momentos en los que era necesario guardar una discreción extrema, me daban un codazo y siseaban: ¡Liiiiiiz!».
En privado se morían de risa al recordar las (innumerables) veces que saqué los pies del tiesto.
Además, todas sabíamos la verdad: eran las cabronas quienes se llevaban el gato al agua. Por ejemplo, Escarlata O'Hara: ella era la estrella de la película, ¿no es cierto? Y se lle¬vó la mejor parte. Puede que Melania se que¬dara al final con Ashley, ¿pero quién quiere un Ashley? Cualquiera con un poco de visión pue¬de darse cuenta de que Ashley era... Ashley.
Pero los convencionalismos del encan¬to siguieron acosándome hasta que sucedió ESO. El incidente que por fin me hizo ver que el encanto podía ser tóxico.

EL MOMENTO DE LA VERDAD

El suceso tuvo que ver con un hombre. En mi caso, la frase puede completarse si al final añadimos "por supuesto». Confesar lo que pasó me resulta muy embarazoso, pero sé que debo hacerla. He aquí lo que ocurrió: me dejaron plantada.
Sí. Me quedé sentada en mi sofá un sá¬bado por la noche, después de haberme probado y quitado sucesivamente cinco con¬juntos diferentes y fabulosos. Llamé a su ca¬sa, me respondió el contestador. Dejé un men¬saje: «Hola, son casi las 9:00. Se te ha debido de haber hecho tarde. Nos vemos aquí». 9:15, 9:45. Me fui a mi cuarto a las 10:30, me qui¬té el maquillaje y me metí en la cama, don¬de me quedé dando vueltas, pasando de la preocupación a la ira, y otra vez a la preo¬cupación durante toda la noche.
Al día siguiente, él llamó con una excusa muy poco convincente. «Me comprendes, ¿verdad?».
Por supuesto. Lo comprendía totalmente. Pero, aun así, lo perdoné porque era muy gua¬po y me gustaba de verdad. Y porque a nadie le gustan las cabronas. ¿Cómo podría una chi¬ca tan maja como yo estar mucho rato enfu¬rruñada? Me pidió otra oportunidad y se la di.
Sí, sí, habéis acertado: volvió a pasar lo mismo. ¡Y esta vez estallé! Enfurecida, llamé para maldecir y despotricar en su contestador hasta que se cortó la llamada. Después vol¬ví a marcar para gritar un poco más. Al final, agotada, el entrenamiento de tantos años hi¬zo su aparición. «Lo siento, pero estoy hecha polvo», susurré con voz ronca por teléfono. «Por favor, llámame».
¿Lo veis? ¿Habéis visto lo que hice? Ni yo misma puedo creerlo. ¡Pedí perdón! ¡Le dije a su contestador que estaba hecha polvo! No estaba hecha polvo, ¡estaba furiosa! Pero, ¿sabéis?, él era guapo, y pensé que, quizá, me gustaba de verdad, y que jamás volvería a tratarme mal si le demostraba lo maja que yo era.
A la tercera fue la vencida: ¡por fin, la gota que colmó el vaso!
¡Sí! Y cuando me di cuenta de lo que había hecho, decidí en el acto que había llegado el momento de dejar a un lado el encanto tóxico. Había llegado la hora de emular a las perfectas cabronas que en el mundo habían existido. Tomaría ejemplo de las páginas del libro de su vida, como mi madre solía decir.
Pero ese libro no existía.
Hasta ahora.

“Ninguna mujer es toda dulzura”
MADAME RÉCAMIER


[I]
Encanto tóxico

El encanto tóxico es lo que nos sucede cuan¬do interiorizamos a los diferentes miembros de la familia Encanto. Su efecto es similar al de la levadura: ésta hace que la masa adquiera una consistencia suave y ligera, mientras que el encanto tóxico nos lleva a hacer de la vida algo suave y ligero... para todos los demás. Quienes la padecemos nos empleamos a fondo para endulzar el panorama o, parafra¬seando el viejo dicho, utilizamos nuestro «azúcar personal» para preparar limonada con los limones de la vida. Con frecuencia, esto sólo se logra a un coste terrible.
El hecho de que estés leyendo este libro es una prueba de tu voluntad para abando-nar el encanto tóxico. Para valorar correc¬tamente sus efectos, tendrás que determinar primero si has sufrido durante mucho tiem¬po este síndrome. Contesta las siguientes preguntas:

1. ¿Alguna vez has querido cantarle las cua¬renta a alguien y, en lugar de eso, has co-mido un pedazo de pastel?

2, ¿Qué tal el pastel entero?

3. ¿Alguna vez has dicho: «¡No sé qué me ha podido pasar!»?

4. ¿Alguna vez has rechazado una invitación para salir un sábado por la noche por es¬perar la de un galán más apetecible?

5. ¿Alguna vez te has quedado sola en casa el sábado por la noche porque el galán más apetecible no se dignó a llamar?

6. ¿Alguna vez has dicho «sí» cuando lo que querías decir era «yo creo que no»?

7 ¿Te disculpas con frecuencia?

8 ¿Opinas que el escote palabra de honor es atrevido y por ello has elegido un vestido con tirantes para ir a la boda de tu mejor amiga?

Si has contestado afirmativamente a cualquiera de estas preguntas, seguro que es¬tás utilizando demasiada miel. Pero no todo está perdido, tranquilízate. Si quieres, puedes librarte del encanto tóxico.
La cabrona que llevas dentro te espera. Continúa leyendo.

“Hasta que no pierdes tu reputación,
no te das cuenta de lo pesada que era
ni de lo que es realmente la libertad”
MARGARET MITCHELL

[II]
Conoce a tu cabrona interior

Existe una parte poderosa y esencial en cada una de nosotras que no ha sido reconocida hasta ahora, ni su energía convenientemente explotada. Años de represión han ocultado esta faceta en los rincones y las grietas de nues¬tras almas. Como no la comprendemos, ha¬cemos todo lo posible por mantenerla en la oscuridad, donde creemos que pertenece.
Se trata de la «cabrona interior». No te hagas la tonta: sabes perfectamente de lo que estoy hablando.
Todas la conocemos. Flota constante¬mente justo bajo la superficie de nuestra con-ciencia y nuestra educación. Es parte de no¬sotras, es inteligente, segura de sí misma y sabe lo que quiere. Nos dice que no nos con¬formemos con menos. Nos avisa cuando es¬tamos a punto de embarcarnos en una con¬ducta autodestructiva.
La cabrona interior no es esa parte de nosotras que a veces se muestra estúpida, o ruin o carente de sentido del humor. No cae en el fatalismo, ni abusa de sí misma ni de los demás.
La cabrona interior no se enzarza en discusiones de poca importancia, ni siquie¬ra para pasar el rato. ¿Para qué molestarse?
La cabrona interior jamás es mordaz de forma gratuita. Y nunca teme decir: «Que se vayan a freír espárragos si no aguantan una broma».
A mi modo de ver, hay una verdad ab¬soluta: al liberar a nuestra cabrona interior podemos utilizar su poder y energía para nuestros objetivos más elevados.
Si la ignoramos, nos arriesgamos a que enloquezca cuando la presión por ser en-cantadora se vuelve insoportable. Todas he¬mos sido testigos de ello y no es una pers-pectiva agradable.
Cuando no reconocemos a nuestra ca¬brona interior nos salen granos o engorda¬mos, o adelgazamos demasiado, y nos vol¬vemos controladoras, manipuladoras, lloronas o histéricas. No insistimos en practicar sexo seguro.
Nada de eso es productivo y algunas de estas cosas resultan francamente peligrosas. ¿Cómo podemos terminar con estas con¬ductas autodestructivas, en especial después de toda una vida de encanto tóxico?
Lo único que se necesita es una pequeña frase:

«YO CREO QUE NO»

Todas lo pensamos y, sin embargo, es¬pantamos esa idea como si fuera un mosqui¬to molesto. «Eso no estaría bien», pensamos, sin caer en la cuenta de que el precio que debemos pagar a cambio es muy alto.
Quizá te preguntes: «¿Puedo ser encan¬tadora sin ser tóxica?».
iClaro que sí! De hecho, ponerte en con¬tacto con tu cabrona interior te ayudará a ser encantadora de verdad. Hay una enorme di¬ferencia entre parecer encantadora y serio. Tu cabrona interior no quiere que seas mala. Quiere que seas firme. Quiere que seas razonable. Y quiere que seas encanta¬dora, sobre todo contigo misma.

DECIR «YO CREO QUE NO»

Inténtalo. Empieza poco a poco. Imagina una situación en tu vida en la que se pueda apli¬car. Por ejemplo:

- Tu hija de 30 años quiere mudarse a su an¬tigua habitación sin pagar alquiler, con su novio y la motocicleta de éste.
Tú dices: "Yo creo que no».

- El hombre con el que has estado saliendo durante un mes te exige, en un ataque de celos, que canceles una comida con un cliente importante.
Tu respuesta: "Yo creo que no».

- Tu madre quiere que conozcas al hijo de su amiga del club de jubilados. «Sólo una pequeña cena, hija. Os hemos sacado en¬tradas para el teatro».
Tú sonríes: «Mamá, yo creo que no».

- Tu jefe sugiere con insistencia que inviertas tu bonus en el último y enloquecido pro¬yecto empresarial de su primo.
Tú contestas: "Yo creo que no».

DECIR MÁS CON MENOS

¿Ves? Funciona. Nadie puede malinterpretar el significado de esa frase. Argumentar en contra es inútil; ¿cómo puede alguien in¬sistir en que crees algo si tú afirmas lo con¬trario?
Es suave. Es cortés, pero a la vez fuerte, firme e indiscutible.
Lo mejor de la frase «yo creo que no» es que puede utilizarse en cualquier momento durante una conversación. Si adviertes que estás deslizándote por la rampa del encanto tóxico, es muy fácil detener la caída. Y si ol¬vidas decirlo, o no te atreves, no te preocu¬pes: sin lugar a dudas se te presentará de nue¬vo la oportunidad.

DECIR MÁS

Naturalmente, habrá ocasiones en las que decir «yo creo que no» no será suficiente. Es¬ta frase es sólo un cucurucho sobre el cual construir una especie de helado verbal. Aña¬de el número de bolas que desees.

«No creo que te pueda prestar los pen¬dientes de brillantes de mi abuela, pero tengo otros de cuarzo muy monos».
«No creo que me quede».
«No creo que ese color me favorezca».
«No creo estar lista».

También existen esos casos que deman¬dan cierta delicadeza combinada con la ha-bilidad de tener los pies plantados sobre la tierra.

Por ejemplo, estás en una fiesta. Un ami¬go de un amigo se presenta y te dice: «¿Sa-bías que Fulanito me ha dicho que eres la mu¬jer perfecta para mí?». Ese hombre no te interesa un pimiento, pero, por pura amabi¬lidad, le contestas: «Yo creo que no, pero po¬demos charlar un poco».

Como puedes ver, la frase es cortés y razonable, nunca resulta cruel y no es nada difícil de decir. Prueba con distintos tonos de voz. Dale un tono reflexivo o intenta poner énfasis en distintas palabras: «yo creo que no», «yo creo que no», etcétera.

“Sólo empiezan a llamarte cabrona cuando alcanzas el éxito”
JUDITH REGAN


[III]
Un epíteto atrevido

A algunas de nosotras nos puede resultar problemático utilizar el término «cabrona» para referimos a nosotras mismas. Podemos llegar a creer que hacerlo equivaldría a afir¬mar la imagen negativa que las mujeres aser¬tivas han llevado como un sambenito du¬rante años. Es decir, si expresamos lo que realmente pensamos, debemos de ser unas cabronas.
Analicemos con detenimiento este punto. ¿Cuál es el problema exactamente? ¿Nos estamos portando mal acaso? ¿O estamos yendo demasiado rápido, adelantándonos, liberándonos del papel que nos han asig¬nado?

El término «cabrona» nos asusta para que nos refugiemos cuanto antes en la tranquili¬dad del encanto tóxico.
Todo lo que puedo decir es: «Yo creo que no».
Por desgracia, muchas de nosotras he¬mos sido víctimas del prejuicio contra este calificativo. Si reunimos a un grupo de mu¬jeres para que hablen de esta condición, ad¬mitirán que existe, incluso aceptarán que en ocasiones han caído en comportamientos ca¬brones, pero sólo porque se vieron obligadas a ello, por supuesto. En nuestros momentos más sinceros, sin embargo, aludiremos a nuestra condición de cabronas con gozoso orgullo. Porque, afrontémoslo, ha habido momentos en nuestras vidas en los que ser cabrona ha sido divertido.
Pero si nos preguntan si nos considera¬mos cabronas diremos rotundamente que no. «Ay, no, no, no, no, ¡NO!». Nos consideramos chicas amables que, de vez en cuando, se ven forzadas a defenderse actuando como ca¬bronas. Son «esas otras mujeres» quienes de verdad son unas cabronas.

De nuevo, yo creo que no. De hecho, pienso que esta dinámica lleva consigo las se-millas de la división. Por una especie de ma¬lévola y oculta maldición, el encanto tóxico funciona mejor cuando nuestra cabrona in¬terior y nosotras estamos separadas, cuando estamos divididas y cuando entre nosotras no existe respeto.


¿QUÉ CAUSA ESTA DINÁMICA?

Esta pregunta podría mantener entretenidos a sociólogos y teóricos durante años, quizá décadas. Está bien. Necesitan motivos para justificar las becas y subvenciones que reci¬ben. La verdad, por simple que parezca, es la siguiente: en la raíz del problema que su¬pone para muchas de nosotras asumir a la cabrona interior está el temor a que nos lla¬men así.
Permitidme que os recuerde una cosa: es sólo una palabra. Con palos y piedras se puede hacer mucho daño, pero las palabras no nos hieren si no queremos.

SI ME LO LLAMAS, QUIERO SERLO

Cualquier mujer que tenga éxito en algo se¬rá llamada cabrona. ¿Hillary Clinton? Ca-brona. ¿Gloria Steinem? Cabrona. ¿Barbra Streisand? Cabrona. La lista sigue, sigue y sigue...
El quid de la cuestión es que, si no po¬demos evitarlo, ¿por qué no darle la bien¬venida? Todas hemos tenido esta experien¬cia: en algún momento decimos frente a otras personas lo que pensamos de verdad sobre alguna cuestión o persona. Después, en algu¬na otra ocasión, alguien nos dirá: «Fulanito realmente pensó que eras una cabrona». (Si no te ha ocurrido todavía, sigue esperan¬do: sucederá).
Entonces, la mayoría de nosotras se ase¬gura de ser particularmente amable con el tal Fulanito durante el siguiente encuentro. In¬cluso hasta podemos tomamos la molestia de demostrar que el que nos haya considerado cabronas no sólo es erróneo, sino también absolutamente injusto. O nos disculpamos dando explicaciones de todos los motivos por los que dijimos lo que dijimos. «Estaba muy estresada la última vez que nos vimos» o «Va¬ya, ¡no sé lo que me pasó!». O incluso: «¿Sa¬bes?, el síndrome premenstrual me afecta de verdad». En definitiva, nos retractamos.
¿Qué sucedería si respondiéramos en¬viando a Fulanito un ramo de flores con una pequeña tarjeta de agradecimiento en la que pusiera: «No sabes cuánto me alegra que ha¬yas reconocido a mi cabrona interior»?
¿Qué pasaría si dejáramos de temer a es¬ta dichosa palabrita?
Otro punto que debe analizarse, y que requiere una breve incursión en la retórica, es el siguiente: ¿cómo llamamos a un hom¬bre que habla por sí mismo, un hombre que es exigente consigo mismo y con los que lo rodean, un hombre que se comporta como lo haría cualquier cabrona que se respetara a sí misma? Triunfador.


¿A QUIÉN HAY QUE ECHAR LA CULPA?

Pues bien, a nadie. Quizá a todos. Sin em¬bargo, existe un aspecto muy importante so¬bre la cabrona interior que debe plantearse con toda claridad:

La existencia de la cabrona interior no tiene que ver con la culpa.

La cabrona interior simplemente existe, así como el cielo simplemente es el cielo, y los platos, una vez sucios, deben lavarse. No hace falta señalar a nadie con el dedo. Y tam¬poco existe razón alguna por la que haya que pedir perdón por estar en contacto con ella. Después de todo, es la parte de nosotras mis¬mas que sabe lo que en realidad nos impor¬ta y queremos.
Ella sabe que nos enorgullecemos de nuestro trabajo y que exigimos cierto nivel, tanto de los demás como de nosotras mismas.

Ella sabe que queremos que nuestros amantes nos satisfagan en la cama (más ade-lante insistiré sobre este punto).
Ella sabe que queremos que nuestra me¬jor amiga, la novia, entienda que vestirse con tafetán después de los doce años es ridículo. Ella sabe que queremos que el mundo mida nuestros logros, y no nuestros cuerpos. Ella sabe que deseamos ser capaces de decir lo que sabemos, sin recibir a cambio humillantes epítetos.
Mientras sigamos negando que la ca¬brona interior es parte de nosotras mismas, mientras continuemos rindiéndonos al en¬canto tóxico, no conseguiremos nunca lo que queremos. No obtendremos lo que necesi¬tamos, y ninguna de nosotras alcanzará real¬mente lo que es bueno para todas.

“La verdadera hermandad entre mujeres [consiste en]
un grupo de señoras en bata,
atiborrándose de M&M’s y haciéndose reír”.
MAXINE WILKIE

[IV]
¡Podemos Hablar!

No hay nada mejor que un grupo de muje¬res reunidas con tiempo para charlar. ¿Y qué hacemos nosotras, las mujeres, cuando ha¬blamos? Llegamos al fondo de las cosas. Es hermoso.
Empezamos en la adolescencia, cuando estamos en permanente lucha contra todo y contra todos. Ahí es cuando descubrimos lo perspicaces que son nuestras amigas, lo bien que nos entienden.
Comprenden lo absurdo que es el toque de queda impuesto por nuestros padres, y el imposible examen de historia; se compade¬cen de nosotras por el doloroso aparato de ortodoncia que nos vemos obligadas a llevar, por la crueldad gratuita que demuestra el chi¬co que no llama y por el desastre de la blu¬sa nueva que se encoge al lavarla; y, como nosotras, desfallecen ante la sola mención de nuestros ídolos musicales o cinematográficos. Una vez recuperadas de nuestros años de adolescencia (cosa que la mayoría de no¬sotras consigue tarde o temprano), somos capaces de formar amistades fuertes y dura¬deras con otras mujeres. Nuestras mejores amigas son aquellas con quienes no escon¬demos a nuestra cabrona interior.
Mientras mis amigas y yo luchamos contra nuestra tendencia hacia el encanto tóxico, nuestra cabrona interior nos ayuda a establecer fronteras que mantienen sana la amistad. ¿Chantaje emocional? ¿Revelar secretos? ¿Cotilleo mal intencionado?
Yo creo que no.

AMIGAS DE VERDAD

¿Es fácil para dos o más mujeres en contacto con sus cabronas interiores ser amigas?
Yo creo que no, pero ciertamente esa amis¬tad es más significativa que en aquellas re-laciones basadas en el encanto tóxico.
Las reglas que rigen las relaciones entre mujeres son tan complejas que, en compara-ción, el nudo gordiano parece un juego de ni¬ños. Pero es precisamente esta complejidad lo que hace este tipo de amistades tan grati¬ficantes.
Las amigas que están en contacto con su cabrona interior con frecuencia son las que nos dan más apoyo: son a quienes acudimos cuando sentimos que nuestro carácter em¬pieza a diluirse ante jefes poco razonables y fechas de entrega imposibles, frente al aman¬te que de repente deja de llamar y ante la tris¬teza por la pérdida de nuestros pendientes preferidos. Son las que nos recuerdan la im¬portancia de nuestros sueños y aspiraciones, y las que nos animan silenciosa o ruidosa¬mente cuando el camino parece demasiado empinado o largo.
El principal elemento del vínculo entre las mujeres es el amor. Si no nos amáramos, no nos molestaríamos en decir la verdad. Sim¬plemente nos dejaríamos resbalar de una de¬cepción a la siguiente, con lo que acabaría¬mos reuniendo suficiente experiencia como para convertirnos en cantantes de blues.
Lo maravilloso de entrar en contacto con nuestra cabrona interior consiste en que po¬demos escuchar nuestra propia voz. La ca¬brona interior es muy sabia y no tiene miedo de decir las verdades, aunque depende de no¬sotras escucharla. El hecho es que, después de haber oído la misma melodía durante tan¬to tiempo, podemos saber cuándo va a em¬pezar y, en ocasiones, podemos librar a una amiga del peligro.
Por ejemplo, cuando el novio de nues¬tra amiga le rompe el corazón al irse a Hawai para ayudar a su amigo a empezar un nego¬cio, ¿le echamos en cara que se lo habíamos advertido? Claro que no. Estar en contacto con nuestra cabrona interior requiere de sen¬sibilidad.
Ella: -¡No puedo creer que me haya dejado! ¡Y para vivir en un lugar donde ha¬ce calor durante todo el año! Quizá deba ir tras él.
Tú: -¿Sabes cuántas serpientes venenosas hay en Hawai?
Después nos las arreglamos para reunirnos con frecuencia para ver películas como Thelma y Lauise o El diario de Bridget Jones y pedir que nos lleven una pizza o comida china, evitando cuidadosamente cualquier alusión a Hawai. Con el tiempo, cambiamos a películas extremadamente románticas ubi¬cadas en lugares como, por ejemplo, Alaska (siempre y cuando la ropa de abrigo permita apreciar los atractivos del protagonista).

“AMAME EN TODO MI SER”.
ELIZABETH BARRET BROWNING

[V]
La cabrona en la cama

Bueno, la cabrona enamorada... ¡De verdad! ¡Cómo conservar a la cabrona interior en ese impetuoso carrusel de la vida que es el ro¬mance? Si es verdad que lo que buscamos en nuestras parejas es la intimidad, entonces es indispensable que dichos compañeros estEen al tanto de la existencia de nuestra cabrona Interior. No podemos intimar de verdad con alguien que no conozca y respete cada as¬pecto de nuestra personalidad (hecho abun¬dantemente demostrado durante la década de los cincuenta).
Afrontémoslo: el terreno amoroso es el más propicio para el desarrollo del encanto tóxico, y también donde éste resulta más peligroso.
Muchas de nosotras tenemos miedo de que los hombres que amamos no quieran saber nada de nosotras si realmente llegan a conocemos.
Pero cuando no conocen nuestro verda¬dero ser, vivimos con el temor de su desilu-sión si nos revelamos ante ellos.
¡Caramba, aquí tenemos un círculo vicioso! Estar en contacto con nuestra cabrona interior rompe ese ciclo.

EL CAMINO TÓXICO HACIA LA INTIMIDAD

Éste casi siempre empieza en la primera cita. A continuación, un guión en el que el encanto tóxico tiene un papel importante:
Posible pareja: -Estaba pensando que por qué no vamos al cine.
Chica encantadora: -¡Genial!
En realidad, la chica encantadora odia el cine y preferiría hacer algo más interacti¬vo, como jugar al billar. Pero no se atreve a decirlo por temor a que su pretendiente piense que es demasiado dominante o exigente o… La lista continúa, pero siempre termina con la temible posibilidad de parecer una cabrona ante los ojos del hombre.
Durante la primera cita, la chica encantadora sin duda alguna fingirá que se está di-virtiendo, cuando lo que en realidad quiere es una oportunidad para conocer al individuo en cuestión. Es probable que también le agra¬dezca efusivamente la maravillosa velada que acaban de pasar, sin dejar de pensar, eso sí: "Si de verdad le gusto, luego haremos lo que yo qu¡era».
Por supuesto, eso ocurre muy rara vez, por no decir nunca. La chica encantadora continuará cediendo

EL CAMINO DE LA CABRONA INTERIOR HACIA LA INTIMIDAD

Todo es mucho más sencillo cuando, desde el principio, olvidamos el miedo. Observa lo siguiente:
Él: -Estaba pensando en que podríamos ir al cine.
Ella: -Me gustaría conocerte mejor. ¿Qué te parece si vamos a jugar al billar?
De esta forma, el individuo está al tan¬to de lo que ella quiere desde el principio. Y se abre el camino a la negociación. Ella ha insinuado lo que quiere hacer y ha dejado la puerta abierta para una contraoferta. Esto per¬mite que la posible relación comience desde una base de igualdad.
Por supuesto, quizá él no quiera transigir. Puede, de hecho, sentirse abrumado ante una mujer que no quiera acceder a cada sugerencia suya. Ese tipo de hombre desaparecerá tarde o temprano. Y no importa lo mas mínimo, por¬que no deseamos un compañero así, ¿verdad? ¡Por supuesto que no!

EL SEXO Y LA CABRONA INTERIOR

Muy bien. Respira hondo. Ésta es indudablemente una de las áreas más importantes de nuestras vidas en lo que a la cabrona in¬terior se refiere. En realidad, el sexo es una de las cuestiones fundamentales. Punto. De ahí se deduce que es de suma importancia estar en contacto con nuestra cabrona inte¬rior antes de acostarnos con alguien. He aquí el porqué.

Selectividad
Estar en contacto con nuestra cabrona interior nos garantiza que elegiremos cuida-dosamente a las personas con las que com¬partiremos nuestros cuerpos.
Muchísimas de nosotras, sólo por ser amables, hemos terminado acostándonos con personas con las que (después nos di¬mos cuenta) no querríamos tomar ni siquie¬ra una taza de café. (Por favor, ¡sabes que es cierto!).
¿Las justificaciones? "No quería herir sus sentimientos». O: «No lo sé, sólo sucedió». No hay necesidad de flagelarnos por lo que pasó. ¿Pero es necesario continuar ha-ciéndolo?
Yo creo que no.
Orgasmos
El encanto tóxico puede ser un serio impedimento para la satisfacción sexual. «No quería que pensara que no era feliz», dice la chica encantadora después de meses (o años) de sexo insatisfactorio. Estar en contacto con nuestra cabrona interior nos garantiza que llegaremos al orgasmo. Incluso con otras personas.
Y tampoco tenemos miedo de que nos di¬gan lo que quieren que hagamos. Todo el mun¬do gana cuando la cabrona está en la cama.

Sexo seguro
Estar en contacto con nuestra cabrona interior nos garantiza que, después de haber elegido con todo cuidado, no supondremos que, en virtud del encanto, sería imposible que nuestro compañero (o nosotras mismas) tu¬viera una enfermedad de transmisión sexual. El encanto no inmuniza a nadie.
Insistir en practicar sexo seguro puede ser difícil, pero considera las alternativas. Entonces, ¿cómo aborda el tema la cabrona interior? De frente.
Por ejemplo: todo es perfecto, las lám¬paras a media luz, la música que suena sua-vemente y tú has pasado la noche anticipan¬do ese momento. Suspiráis, os miráis a los ojos... Nadie quiere romper el hechizo del momento, pero tú sabes que debes hacerlo.
-Querido -dices-, ¿tienes condones?
-No, mi amor -contesta-, pero pue¬des confiar en mí.
-Yo creo que no -dices haciendo acopio de todo tu carácter.
Si su respuesta es:
-No, pero voy corriendo a la farmacia.
Ofrécete a conducir.
Y recuerda, ahora somos adultas. Está bien tener condones en el bolso.

“El efecto de comer demasiada lechuga es soporífero”.
BEATRIX POTTER

[VI]
Maravillosa comida

P: -¿Qué hace para cenar la cabrona interior?
R: -Una elección.
La cabrona interior es una poderosa alia¬da en la constante lucha entre nuestra mente y nuestro cuerpo. Por ejemplo, mi mente di¬ce: «Cereales, vegetales, fruta». Mi cuerpo tiende a decir: «Queso fundido, más queso fundido, chocolate». ¿Qué papel desempeña la cabrona interior en todo esto? La voz de la razón, la voz del estómago.
Así es: la comida constituye una de las areas en donde incluso la cabrona interior sir-ve a dos amos.
La diferencia es que estar en contacto con nuestra cabrona interior nos ayuda a con-templar la situación en su justa perspectiva. Ella nos permite satisfacer nuestras ganas de comer, sin que por ello nos olvidemos de mantener una buena salud.
¿Te suena familiar esta frase?: «¡Qué mal me he portado!».
Por supuesto que sí, y no hablamos de sexo. No, casi siempre nos referimos a algo que hemos comido. Chocolate, quizá; pata tas fritas con alioli; espagueti a la carbonara. Si nos metemos en el cuerpo algo más que una ensalada de lechuga sin aliñar y un refresco light, nos juzgamos con la severidad de los calvinistas. Y normalmente acabamos condenándonos a varios días de inanición, a base de agua mineral y un insignificante pe¬dazo de zanahoria o apio. Esto es «portarnos bien».
Pero es necesario hacerse esta pregunta: ¿es bueno ser maniáticas y frívolas?
¡Yo creo que no!
¿Cómo podemos pensar y actuar en nuestro beneficio cuando estamos obsesio¬nadas por el recuento de calorías, básculas y cintas métricas?

DE VUELTA A LOS FUNDAMENTOS

Nuestra cabrona interior nos recuerda que la comida es básica para la supervivencia, sin mencionar la paz mental. Algunas veces resulta sencillamente consoladora. ¿Qué po¬dría ser mejor después de un día realmente malo que un gran plato de pasta con salsa? ¿O una bolsa entera de M&Ms de cacahue¬te? En primer lugar, puede ser que nuestra ca¬brona interior consiga evitar que pasemos un día horrible, pero una vez que ha sucedido, ella sabe que cualquier medida para salvar la jornada de ser un desastre total será siempre algo bueno.
La comida también puede ser un acon¬tecimiento, una oportunidad para comuni-carnos con las personas importantes de nues¬tras vidas.
Algunas de nosotras sentimos que el proceso de comprar y preparar la comida es algo relajante y creativo. Otras, por el con¬trario, llegamos hasta el extremo de evitar cualquier cosa relativa a la comida excepto su consumo. Realmente, no importa de qu6 lado estemos, porque la mecánica de la comida no es lo relevante. La comida es algo de lo que debemos ocuparnos, y nuestra cabrona interior nos ayuda a entender los patrones alimenticios que funcionan para cada una do nosotras.
Cuando estamos en contacto con nuestra cabrona interior no tenemos que esforzarnos por cocinar un banquete para esos parientes políticos que jamás han sido amables con nosotras, o para esos compañeros de tra¬bajo que sabemos positivamente que no nos toleran o para esos amigos con un paladar in¬sensible.
Quizá el punto más importante sea éste: nuestra cabrona interior considera con toda seriedad la comida, y todos los rituales que la rodean, pero no se deja llevar por las tiranías de la moda. ¿Está de acuerdo nuestra ca¬brona interior con las dietas que someten a una mujer adulta a un régimen con menos calorías que las adecuadas para un niño de dos años?
Yo creo que no.
¿Cuál es su respuesta a la exigencia de que toda mujer, sin importar cuál sea su ti¬po de cuerpo, deba utilizar tallas de ropa no superiores a la 38?
Yo creo que no.
Nuestra cabrona interior distingue muy claramente lo absurdo que resulta matarse por intentar parecerse a otra persona, cuando ca¬da una de nosotras es ya una belleza.

“Son sólo nimiedades lo que irrita mis nervios”.
REINA VICTORIA DE INGLATERRA

[VII]
La vida cotidiana

Quizá pensemos en nuestra cabrona interior sólo a propósito de ocasiones especiales, co¬mo hacemos con un vestido de fiesta o un determinado pintalabios. Tal vez nos digamos algo así: «Guardaré a mi cabrona interior pa¬ra cuando la necesite de verdad. Después de todo, no quiero que se me gaste». Como si la cabrona interior fuera un par de zapatos ba¬ratos con suelas de mala calidad. ¿Podría algo tan poderoso ser tan frágil?
Yo creo que no.
La cabrona interior es perfecta para to¬da ocasión: informal, formal, privada o pú-blica, como un traje negro. Es una parte esen¬cial de nuestra vida cotidiana.
Es necesario, sin embargo, utilizar nuestra capacidad de discernimiento cuando usamos su poder.

ADVERTIR LA DIFERENCIA

Siempre habrá situaciones que no podamos modificar (el tráfico, la cola del supermercado, el aumento de actividad en la superficie solar). ¿Nos enfurecemos por ello?
Yo creo que no.
Saber que no tenemos poder sobre algunas situaciones nos consuela: nuestra cabrona interior no se molesta en gastar energía en aquello que trasciende su control.
Al mismo tiempo, habríamos de ser unas auténticas santas para no reaccionar ante la presión causada por las cosas que están fuera de nuestro alcance. Y quizá no reaccionar sería un síntoma de encanto tóxico. Sea co¬mo fue re, lo importante es recordar que la ca¬brona interior nos puede ayudar a responder más que a reaccionar, a situaciones que se encuentran fuera de nuestro control.


COMO LOGRAR QUE LA FRASE “YO CREO QUE NO” FUNCIONE PARA NOSOTRAS

Pensemos en un día normal. Salimos cada mañana para emprender nuestras actividades cotidianas y algo sucede. Siempre sucede al¬go. Estamos de pie en la cafetería, esperando el turno para pedir nuestro café cortado (con sacarina) y la tostada a la plancha (con mer¬melada), cuando el camarero pregunta quién es el siguiente y alguien se planta enfrente de a nosotras diciendo: «Yo», y empieza a hacer un pedido para llevar que ocupa una hoja de tamaño folio escrita a un espacio.
Vamos de compras al centro comercial. Al entrar en los grandes almacenes nos to-pamos con la sempiterna vendedora de perfumes, con su veloz atomizador y su dis-curso ensayado sobre la forma en que esta fragancia cambiará nuestras vidas.
-¿Le gustaría probar Raison d´être? -pregunta.
Quizá nos encontramos con otro conductor en el aparcamiento. En este tipo de situaciones, cuando el otro conductor retrocede choca contra nuestro coche. El impacto tira el espejo retrovisor, un inconveniente que (según sostiene el otro conductor) tendrá poco impacto en nuestras vidas:
-El espejo central es todo lo que realmente necesitas, querida.
A cada una de estas situaciones podemos responder: "Yo creo que no”.
Esto requiere un poco de práctica. Al principio, la posibilidad de un enfrentamiento directo nos puede llenar de temor; pero la práctica, ciertamente, hace al maestro. Y la mayoría de las personas responde bastante bien ante el mantra de la cabrona interior pronunciado en voz alta.
-Discúlpeme -le decimos al que se cuela en la cola-. No estoy de acuerdo. Creo que yo estaba primero.
-¿Raison d'être? No, gracias.
Quizá sea necesario protegemos del baño de perfume que inevitablemente sigue al ofrecimiento.
-Yo creo que no. Quiero los datos de su seguro -le decimos a nuestro nuevo ami¬go del aparcamiento.
En realidad, ¿qué pueden responder? ¿Alguien va a discutir?
Bien, ciertamente existe un porcentaje de la población que protestará. Hay muchas personas que se precipitan en una absurda autodefensa del injustificable comportamien¬to aquí descrito.
¿Nos acobardaremos ante esta posibili¬dad?
Yo creo que no.
El mantra de nuestra cabrona interior es especialmente útil cuando nos quieren meter por los ojos facturas absurdas por reparacio¬nes de poca monta del coche, cuando se nos pide «espere, por favor» por enésima vez, y cuando otros intentan intimidarnos para que hagamos cosas por ellos.
De hecho, la frase «yo creo que no» se vuelve más poderosa cada vez que la pro-nunciamos.

“El lugar de la mujer está en la casa,
el senado y el despacho presidencial”.
ANÓNIMO

[VIII]
Política personal

La mayor preocupación de nuestra cabrona interior es, por supuesto, nuestra vida. El sim¬ple hecho de llegar al final del día requiere dde tanta energía que nos queda muy poca fuerza para cualquier otra cosa. ¿Lavar la ro¬pa? Debe hacerse, entonces la lavamos. ¿Dor¬mir? Nos moriríamos si no pudiéramos ha¬cerlo. ¿Trabajar? Bueno, nuestra supervivencia con frecuencia depende de la habilidad para proveernos. Se puede comprender muy bien que la mayoría de nosotras no tenga tiempo para dedicarlo a la política. Además, ¿acaso importa?
Pues bien, echemos un vistazo a esta cuestión.

PARTE DEL PROBLEMA

Si continuamos participando activamente en la vida política al ritmo en que lo hemos venido haciendo hasta ahora, pasarán 300 años antes de que haya un número equivalente de hombres y mujeres en el Congreso.
¿Quién va a proponer leyes que beneficien a las mujeres? Lo sé, es una pregunta retórica: sabemos perfectamente la respuesta. A la luz de esta verdad, debemos hacer más.
-¿Más? -dices.
Sí, digo yo. Y no estoy hablando de colaborar con una ONG, o presentamos a las elecciones (ni siquiera las del APA o las de nuestra comunidad de vecinos) o hacer algo que suponga añadir más estrés al que normalmente ya tenemos que soportar Estoy hablando de utilizar a nuestra cabrona interior para hacer de este mundo algo mejor.

PARTE DE LA SOLUCION

Lo más sencillo es votar con nuestro dinero. Así es: no compres esos productos cuya pu¬blicidad subestima a las mujeres, nos insulta o nos eleva a parámetros aun menos realistas de los que ya nos rigen. Esto requiere refle¬xión y conciencia, y no ocupa mucho tiempo. S¡ las tiendas donde compramos no cuentan con los productos que nos agradan, depende de nosotras hacerles saber nuestra decisión de comprar en otro lugar hasta no ver satisfechas nuestras necesidades.
Podemos apagar la radio cuando em¬piece a hablar un locutor misógino.
Cuando haya un candidato digno de re¬cibir nuestro apoyo, podemos asistir a sus mítines o hablar en su favor en nuestro en¬torno laboral o familiar.
La próxima vez que algún concejal cu¬yo trabajo no vele por nuestras necesidades (sabemos quiénes son) nos envíe una carta pi¬diendo nuestro voto, podemos devolvérsela con sobre y todo acompañada de una nota que diga: "Yo creo que no. No hasta ver algunos resultados. Por ahora, apoyaré a otro candidato».
El mensaje llegará a su destino. Piensa en esto como si formaras parte de un "Yo creo que no» colectivo. Imagina las posibilidades.

“El poder puede tomarse, mas no otorgarse”.
GLORIA STEINEM

[IX]
Fuerza de trabajo

El trabajo es lo que hacemos para ganar dinero. En esta sociedad, el dinero equivale a poder. Cuando sufrimos de encanto tóxico, te¬memos al poder. Nos parece poco atractivo. Podemos expresar esta creencia en fra¬ses como «El dinero no me importa», pero la realidad es que tememos al poder. Esto pue¬de explicar por qué decimos que sí cuando que nos pide trabajar más sin recibir un au¬mento de sueldo.
Si estamos en contacto con nuestra cabrona interior no tememos al poder. Le abri¬mos las puertas.
También aceptamos la responsabilidad que acompaña al poder. Nos sentimos orgullosas de ser buenas en nuestro trabajo. Y aceptamos con entusiasmo nuevos desafíos. De igual modo abrimos la puerta al dinero entendiéndolo como una manifestación de la energía que inyectamos en nuestro trabajo. Merecemos todas las recompensas que nuestras habilidades nos han hecho ganar.¬

PODER

El poder engendra poder, y el poder puede utilizarse para realizar cambios. Cambios pequeños, grandes cambios.
Todas sabemos eso, pero la pregunta es: «¿Cómo obtenemos poder?». Bien, podemos estar seguras de que nadie va a venir a regalamos nada, por lo tanto, quizá sea buena idea seguir los pasos de Lenin, que dijo: «Ví cómo el poder yacía en la calle y lo levanté». Mira a tu alrededor, El poder está a nuestros pies, o quizá sobre el escritorio. Quizá haya que buscarlo un poco, dado el estado de la mayoría de nues-tras mesas de trabajo, pero podemos encontrarlo. Lo vemos todos los días si abri¬mos los ojos.
i Levántalo!
« No lo reconozco», dices. No te preo¬cupes: a continuación paso a resumirte algu¬nas características del poder que tal vez se te pasaron por alto.

Trabajo en equipo
El poder se construye a partir del traba¬jo en equipo (piensa en la Capilla Sixtina). Los equipos están formados por individuos. Cuanto más fuertes sean los individuos, más fuerte será el equipo. El encanto tóxico nos obliga a creer que ser parte de un equipo sig¬nifica estar de acuerdo con todo cuanto di¬cen los demás. En realidad, ser parte de un equipo requiere que valoremos con honesti¬dad cada situación y que discutamos todos juntos los problemas.

Imaginación
El poder proviene de la imaginación. Nada se ha creado sin imaginación; ningún problema se puede superar sin ella. Nuestra cabrona interior no sólo nos pone en contacto con nuestra imaginación, sino que también nos infunde el deseo de manifestarla. Quizá no siempre estemos en lo correcto, pero tenor razón no es lo más importante. Hablar sí lo es. Nuestra contribución puede provocar una idea en alguien más, y esa idea puede conducir a una solución o a una invención.

Conocimiento
El poder es conocimiento, y el conocimiento es poder. Cada individuo tiene un conocimiento que nadie más tiene. Combinar el conocimiento de cada uno engendra mayor conocimiento, del mismo modo que si se combinan garbanzos con callos se obtiene un aporte calórico mucho mayor.

CÓMO FUNCIONA

Cada lugar de trabajo depende de las personas que colaboran juntas hacia un objetivo común, sea sirviendo comida, publicando un periódico, fabricando estropajos o cualquier otra cosa. Cuanto más poder aporte cada Individuo al logro del objetivo, mayor pro¬babilidad existirá de alcanzarlo.
El encanto tóxico nos va secando, de¬jándonos sin poder. En consecuencia, tam¬bién mina el poder de cualquier trabajo que emprendemos. Podemos creer que ser encantadoras hará que la gente acate nuestros deseos. Nada puede estar más alejado de la verdad.
Esto no quiere decir que debamos gri¬tar y exigir y damos demasiada importancia. ¡No, no, no! Recuerda, estar en contacto con nuestra cabrona interior no significa abusar de nadie. Tan sólo consiste en saber cuándo debemos ser firmes, cuándo podemos esta¬blecer nuestra postura y poner de manifiesto que actuaremos de acuerdo con nuestras con¬vicciones.

RIMA CON RICACHONA

Si es verdad que la gente empieza a llamarte cabrona cuando comienzas a tener éxito, entonces deberíamos alegramos de que nos llamaran cabronas en el trabajo.
Recibir el calificativo de cabrona sig¬nifica que tenemos razón, o que estamos exigiendo lo mejor a los demás y a nosotras mismas.
De acuerdo con algunas personas, el uso del término «cabrona» ha crecido en pro-porción directa al número de mujeres que han alcanzado puestos directivos en su campo. ¿Cómo alcanzar la cima en nuestro campo? Haciendo nuestro trabajo muy bien para así avanzar al siguiente nivel. Por lo gene¬ral, esto requiere que trabajemos con otras personas para, tarde o temprano, saber hacer bien lo que ellas hacen.
Si les pedimos a las personas que están a nuestro cargo hacer bien su trabajo, y eso significa esforzarse más que antes, probable¬mente nos llamarán cabronas.
Si aquellas personas que están a nuestro cargo no hacen su trabajo y los regañamos por ello, nos llamarán cabronas.
Si hemos regañado a esas personas y aun así no hacen su trabajo, sin duda alguna seremos más firmes con ellos la segunda vez. Definitivamente, nos llamarán cabronas.
Bien por ellos. Mejor por nosotras.
Porque lo que esto significa en realidad es que conocemos nuestro negocio. No te ol-vides de una cosa: no importa con cuanta amabilidad pidas las cosas, si eres la jefa, se¬rás la cabrona.
¿Qué es lo que tienes que recordar exactamente de todo esto? Que tú eres la jefa.

“Morimos por confort y vivimos por conflicto”
MAY SARTON

[X]
Encuentros cercanos

Está escrito que sucederá. Y aunque a las no iniciadas les suene como un cataclismo po¬tencial, un encuentro entre dos mujeres en contacto con su cabrona interior en realidad contiene el germen de algo grandioso.
Después de todo, ¿qué podría ser me¬jor que nuestra cabrona interior duplicada? ¿O triplicada, cuadruplicada, aumentada exponencialmente?
Reflexiona un poco: cuando dos de no¬sotras en contacto con nuestra cabrona inte¬rior nos encontramos frente a frente, aparece el magnetismo. Podemos sentirnos atraídas o repelidas. De cualquier manera, la dinámi¬ca es la siguiente: ambas estamos recono-ciendo nuestro poder.
Quizá jamás seamos amigas de las mu¬jeres a cuya cabrona interior descubrimos, pero eso es secundario. Lo importante e que, lleguemos o no a un acuerdo, incluso si nos sorprendemos ante la habilidad estraté¬gica de la otra mujer, o si nos invade la envidia o alguna otra baja emoción, nueve de cada diez veces la cabrona interior de la otra mujer suscitará nuestro respeto y admiración.
Lo mejor es reconocer que el enfrenta¬miento puede ser estimulante, que el proceso de encarar a otra mujer que está tan segura de su punto de vista como tú del tuyo es una oportunidad para conocerse mejor a una mis¬ma. Un encuentro cercano con la cabrona in¬terior de otra mujer no debe temerse, es algo a lo que hay que dar la bienvenida.
Quizá lo más importante sea que esas in¬teracciones en las que nuestra cabrona inte-rior se reúne con su igual tienen una gran potencia, no siempre positiva. Es fácil estar con gente que concuerda con nosotros; es có¬modo, pero también provoca que bajemos la guardia y disminuya nuestra fuerza. Esto pue¬de ser muy peligroso: llevarse bien con todos los que nos rodean se convierte en un hábi¬lo, y Actuar con Encanto vuelve a atrapamos en sus redes, reiniciando la espiral hacia el en¬canto tóxico. El siguiente paso consistirá en re¬caer disculpándonos por todo, esperar junto .11 teléfono los sábados por la noche y co¬memos el pastel entero.
¿Es eso lo que queremos?

¡YO CREO QUE NO!

“Estoy en el mundo para cambiar el mundo”.
MURIEL RUKEYSER

[APENDICE A]
La cabrona que hay en toda mujer

La cabrona interior se manifiesta en mu¬chos arquetipos. En diferentes momentos, tu propia cabrona interior puede parecerse a cualquiera de estos iconos de poder fe-menino:

KARA
La reina cisne de las valquirias. Kara. Apabullaba a sus enemigos utilizando sólo el sonido de su voz. Es una cabrona a la que no conviene subestimar, especialmente si está al teléfono. Todos, incluidos sus mejo¬res amigos, saben que no tiene pelos en la lengua.

LlLITH
Lilith iba a ser la primera esposa de Adán, pero le echó un vistazo y dijo: «Yo creo que no». Así que huyó hacia las orillas del mal Rojo, donde pasó sus días apareándose con quien le placía, dando a luz a cientos de niños cada día. No hace falta decir que, con ese nivel de fecundidad, algo del ADN de Lilith debe de transitar por cada una de nosotras.

CATALINA DE MÉDICIS
Cuando se casó con uno de los Luises de Francia, Catalina llevó consigo a su nueva corte a dieciocho de sus cocineros italianos favoritos. ¿Os podéis imaginar el volumen de las sobras? Y su casa era su castillo: insistió en que todos los nobles utilizaran tenedores para comer, en lugar de las manos. Sí, mamá.

KATHARINE HEPBURN
Fuerte, insolente y muy digna. Jamás se dio por enterada de que a las mujeres se les consideraba como el sexo débil. La próxima vez que te encuentres con un vendedor mo¬lesto, sé Katharine Hepburn.

LISÍSTRATA
Reconocida organizadora griega. Per¬suadió a las mujeres de su ciudad-estado a suspender las relaciones sexuales hasta que los hombres dejaran una guerra por demás ridícula. La clave aquí es que Lis se reunió con otras mujeres que pensaban como ella. Imagínate lo que podríamos hacer en el Con¬greso...

BUFFY, LA CAZAVAMPIROS
Ella es toda una estrella, además de ca¬zavampiros reencarnada. Está en muy buena forma y tiene un agudo sentido de la moda. Buffy no cree en patrañas.

Para apuntalar tu valor, al expresar esa frase llena de poder, «Yo creo que no», invo-ca a cualquiera de estas mujeres ejemplares en cualquier momento.

“Macho no significa mucho”.
ZSA ZSA GABOR

[APENDICE B]
…y los hombres que las aman

Sólo para que quede constancia, hay que in¬sistir en que la idea de que las mujeres que es¬tán en contacto con su cabrona interior odian a los hombres o desean ser hombres o quieren ser como ellos puede calificarse con una única palabra: TONTA (tenía que aclarar este punto). No, este capítulo es sobre los hombres que realmente admiran a las mujeres que es¬tán en contacto con su cabrona interior. To¬das conocemos a hombres así; normalmente viven con nuestras amigas... Está bien, qui¬zá tú vivas con un hombre como éste.
La cuestión es que existe un nombre pa¬ra llamar a los tíos que son así: príncipe (no confundir con los de los cuentos de hadas).

Un príncipe comprende la esencia de la cabrona interior. La entiende.

UN PRÍNCIPE NO ES UN DOMINANTE

Dominantes son los hombres que creen que el machismo es la mayor manifestación de energía masculina. Son los hombres que nos dejan plantadas. Los hombres que cada vez reducen más la edad límite de las chicas con las que salen, hasta que sus hijas y sus novias tienen la misma. Los hombres que no trabaja¬rían para una jefa.
Un príncipe es un hombre real, es decir, un verdadero ser humano.

¿QUIÉN ES UN PRíNCIPE?

He aquí cómo reconocer a un príncipe:

- Un príncipe asume de verdad toda su parte de responsabilidad en la crianza de los niños.

- Un príncipe entiende por qué los anuncios de cerveza son ofensivos (sabes a cuáles me refiero).

- Un príncipe jamás dará por hecho que nos encargaremos por completo de preparar la comida.

- A la inversa, un príncipe no asumirá nues¬tra incapacidad para cambiar una rueda pinchada.

- Un príncipe ofrece estímulo, más que consejos.

- Un príncipe sabe lo que sabe. Y al mismo tiempo, sabe qué no sabe. No es un estú-pido fanfarrón. De hecho, un príncipe se da cuenta de lo atractivo que puede resul-tar decir: « No lo sé».

¿DE DÓNDE PROCEDE?

Pues bien, si las mujeres tenemos una cabro¬na interior que es una parte natural de noso¬tras mismas, podemos deducir que también existe un príncipe interior.
Así como la mayoría de las mujeres ha sido adiestrada en los caminos del encanto tóxico, a los hombres se les ha instruido en lo que sea que los esté infectando. Existen muchos nombres para ello; elige uno. Si has hecho bien los deberes para sacar a la luz a tu cabrona interior, lo más probable es que no necesites ser cruel. El punto es entender la dinámica que está en juego: a los hombres se les han enseñado conductas que tal vez sean contrarias a su verdadera naturaleza.

NATURALEZA FRENTE A EDUCACION

La experiencia me dice que se requiere mu¬cho trabajo para que un hombre se convier¬ta en príncipe, pero que la materia prima ha estado ahí desde el principio.
Y escucha esto: incluso el hombre más macho tiene la capacidad de convertirse en un príncipe.

VALORA TU COEFICIENTE DE PRINCIPE (CP)

Supongamos que eres un hombre que intuye la existencia de su príncipe interior, y quieres medir lo activo que es este aspecto de tu ser. A continuación, te planteamos una pequeña prueba:

1. A las mujeres les gusta que las llamen «nenas». De acuerdo/En desacuerdo.

2. Cuando una mujer es asertiva, la considero una cabrona. De acuerdo/En desacuerdo.

3. Cuando voy a algún lado con una mujer en un coche, conduzco yo.
Siempre/La mayoría de las veces/Rara vez/Algunas veces/¿En el coche de quién?

4. Sé lavar y planchar la ropa. Verdadero/Falso/¿Para qué molestarse? Me la lava mi madre.

5. Tuve una reacción emocional al ver la pe¬lícula Los puentes de Madison. Verdadero/Falso/No la he visto.

INTERPRETACIÓN DE TUS RESPUESTAS

Pregunta 1
Si has contestado «De acuerdo» y tienes menos de 65 años, podemos apostar, sin te-mor a equivocamos, a que no eres un prín¬cipe muy desarrollado (-10 puntos).
Sin embargo, si has basado tu respuesta en el hecho de que a tu madre y a sus amigas les gusta que las llamen «nenas», esto reve¬la un nivel de sensibilidad que implica la con¬dición de príncipe (+2 puntos).
Si contestaste «En desacuerdo», piensa un momento en la razón por la que elegiste esa respuesta. ¿Es porque alguna mujer te ha corregido cuando la has llamado «nena»? (+2 puntos).
¿O tu respuesta se basó en tus propias reflexiones sobre la importancia del lengua¬je, de las que has deducido que llamar a las mujeres “nenas” no sólo es incorrecto, sino también insultante? (+ 10 puntos).
Pregunta 2
Si estuviste de acuerdo, define la pala¬bra “asertivo” (-10 puntos si tus definiciones para hombres y para mujeres son distintas; + 1 O puntos si estás en desacuerdo).
Pregunta 3
«¿De quién es el coche?» es la pregun¬ta que haría un príncipe (+ 10 puntos).
«Rara vez» denota la condición de un príncipe sólo si tú tienes un coche (+7 si es así, -10 si no lo tienes).
«Algunas veces» parece equitativo (+5).
«La mayoría de las veces» puede impli¬car que tienes un coche grande (ideal para llevar a muchas personas o cosas) o que tie¬nes uno estupendo en el que todo el mundo quiere subirse (O puntos). También puede sig¬nificar que la mayoría de tus amigas no tiene vehículo propio. Entonces, tú eres generoso y siempre las paseas. Esperamos que tus ami¬gas paguen la gasolina (+ 10).
Si tu respuesta fue «siempre», realmen¬te debemos analizar las razones por las que así es. Pero la respuesta no favorece a tu coeficiente de príncipe (-1O).
Pregunta 4
Está bien, ésta era una especie de pre¬gunta capciosa, y no añadiremos ni restare¬mos puntos por ella; en realidad, yo no sé la¬var la ropa. Y soy irremediablemente mala con la plancha. La incluimos en el formula¬rio sólo para ver si lo estabas leyendo con atención. Por supuesto, si estás en el institu¬to y es tu madre la que te lava la ropa, eso no quiere decir nada.
Pregunta 5
Otra pregunta capciosa. ¡Todo el mundo tiene una reacción emocional ante esa pe-lícula! «Reacción emocional», después de todo, es un concepto que cubre un gran te-rritorio (O puntos; no importa si lloraste o no). Si no la viste, estás disculpado y puedes apun¬tarte 2 puntos extra.

RESULTADOS

Si tu puntuación fue de 32, eres un príncipe completamente desarrollado y en contacto contigo mismo.
Si tu puntuación fue de 29, tienes un al¬to coeficiente de príncipe.
De 19 a 21 constituye un rango medio para el coeficiente de príncipe.
Una puntuación de -32 muestra un coeficiente de príncipe muy bajo. El hecho de que te hayas sometido a esta prueba, sin embargo, es un signo esperanzador, porque la conciencia es el primer paso. No te des¬corazones, no existe un caso irremediable. Puedes mejorar tu coeficiente.

ESTABLECE CONTACTO CON TU PRINCIPE INTERIOR

Todas las apreciaciones de este libro que se aplican a las mujeres en contacto con su ca¬brona interior también se pueden aplicar a los hombres en vías de convertirse en príncipes. Para detallar un poco:

1. Cuando percibas una situación de abuso, no la disculpes dando explicaciones, llá-mala por su nombre. Incluso (o quizá par¬ticularmente) cuando se trate de tu propio abuso.

2. Si el deseo de actuar como un macho (ver más arriba) es abrumador, sólo di: «Yo creo que no. Contrólate, amigo». Esto funciona muy bien, porque equivale a tomarse el tiempo de responder cuidadosamente.

3. Aprende a distinguir la diferencia entre ser amable y ser paternalista. Por ejemplo, es amable decir «¿Te echo una mano?» cuan¬do ves a alguien luchando a brazo partido por hacer algo como, por ejemplo, meter en la cama a dos niños pequeños. Mos¬trarse paternalista es decir: «¿Sabes?, cuan¬do yo acuesto a los niños, les meto en la cama sin contemplaciones y apago la luz».

4. Súbele el volumen a tu príncipe interior. Siempre ha estado ahí, murmurándote cosas como: «Realmente está bien que¬rer pasar tiempo con mis hijos».
Nota: un hombre que pasa tiempo con sus hijos está ejerciendo su función de padre, no la de una niñera.

5. Reconoce que tu príncipe interior y mi ca¬brona interior se encuentran sobre una base sólida y nivelada de igualdad.

Sólida y nivelada es una base maravillo¬sa sobre la que construir cualquier cosa.

AMATE A TI MISMA

“El éxito engendra confianza”.
BERYL MARKHAM

[Apéndice C]
Cabrona en diez minutos

Éstas son algunas cositas que podemos hacer durante el día para agudizar los reflejos re¬primidos por la inmersión en el encanto tó¬xico. Como sucede con cualquier tipo de ejercicio, cuanto más las practiquemos, más fáciles serán. Considéralas como parte de un entrenamiento básico.

MIRARSE A LOS OJOS

Plántate frente a un espejo y mírate a los ojos. Piensa en la última vez que alguien te pidió al¬go absurdo. Para la mayoría de nosotras, esto habrá sucedido en las últimas 24 horas. Algo realmente absurdo, como la vez que tu prima se fue a la India durante un mes para encon¬trarse a sí misma (¿qué demonios estaría ha¬ciendo tan lejos?) y te pidió que le dieras de co¬mer a sus gatos todos los días. A pesar de que esto requería un trayecto de una hora en tren de cercanías, tú dijiste que sí, ¿no es cierto?
Imagina que te lo vuelve a pedir. Escu¬cha su voz, ve su casa. Ahora sonríe y dile: «Yo creo que no, prima».
Esto es especialmente instructivo, porque mientras recuerdas estas peticiones absurdas (hayas o no accedido a ellas), podrás ver con nuevos ojos tu patrón habitual de comporta¬miento. Éstas son las áreas en las que el en¬canto tóxico es particularmente fuerte en tu vida. Esta información es importante porque la conciencia es el primer paso para erradi¬car comportamientos no deseados.

ELEGIR CON NUESTROS BOLSIlLOS

Reúne todas las revistas que tengas en casa. Repásalas hoja por hoja y arranca cualquier anuncio que te resulte ofensivo. No necesitas justificar ese sentimiento, sólo reconócelo. Una vez que tengas todas esas páginas reunidas (probablemente constituirán una gran pila), llévalas contigo a la tienda la próxima vez que vayas de compras. ¿Queremos darle nuestro dinero a esas empresas? Yo creo que no. Tar¬de o temprano entenderán el mensaje.

ME AMO; CREO QUE SOY GENIAL

¿Te acuerdas de todos esos libros y artículos sobre dietas que has acumulado durante años? Destrúyelos. Cada día arranca unas cuan¬tas páginas para quemarlas en el fregadero, mientras dices: «Soy adulta. Yo elijo lo que como». Si no te gusta tu aspecto, adopta una alternativa razonable. Todos tenemos sufi¬ciente información sobre la forma en que nuestros cuerpos trabajan de verdad; utiliza la que te sirva. Pero lo más importante es que te plantes y simplemente digas «yo creo que no» ante el ideal tan poco realista que todos los demás fijan para nosotras. Las mujeres de¬ben verse como personas, no como espan¬tapájaros.

LOS DIEZ MÁS BUSCADOS

Haz una lista de todas las personas que se han aprovechado de tu inmersión en el encanto tóxico. No importa si fueron manipuladores, maliciosos o malos, porque su comporta¬miento no es el tema. El tuyo sí lo es. Una vez a la semana elige a una de esas personas y es¬tudia con atención la situación que aconte¬ció con ella.
Ahora, recréala en la forma en que te hubiera gustado que sucediera, poniendo es-pecial atención en tu conducta. No tengas miedo; nadie va a ver esto jamás. El proceso es éste: al reescribir nuestra historia personal somos capaces de cambiar nuestro presente y nuestro futuro. Saber lo que hubiésemos deseado hacer en una situación nos prepara para la siguiente vez que ocurra algo similar. y siempre hay una próxima vez.

CON UNA AMIGA

Esto es entrenamiento intensivo. Elige a una amiga que realmente conozca tu vida. Sen¬taos una frente a otra con los pies apoyados sobre el suelo y los brazos relajados a los la¬dos. Una debe ser el receptor y la otra el emi¬sor. El emisor hace una lista de todas las co¬sas a las que le hubiera gustado decir «yo creo que no». El receptor entonces repite la lista, dando al emisor la oportunidad de decir «yo creo que no» en voz alta.
El receptor añade un par de cosas ante las cuales le hubiese gustado escuchar que el emisor dijera «yo creo que no» (como aque¬lla permanente que le arruinó el pelo).

LA PODEROSA CANCIÓN DE CUNA

No sé vosotras, pero el tiempo que paso en la cama justo antes de dormirme siempre ha sido de reflexión. Solía funcionar de esta ma¬nera: me acostaba pensando en todas las co¬sas espantosas que había hecho, empezando desde el parvulario, y me flagelaba por todas y cada una de ellas. De hecho, algunas veces me sentía tan mal conmigo misma que no po¬día conciliar el sueño durante horas, porque una cosa me llevaba a otra y, en el momento en que me sentía lo suficientemente exhaus¬ta como para quedarme dormida, había lle¬gado la hora de levantarme. No hace falta decir que ésos no eran mis mejores días.
Creo que he encontrado una manera me¬jor de lidiar con este tiempo de reflexión. Pienso en todas las cosas que he hecho bien en mi vida, como todas esas veces en que he puesto atención a mi cabrona interior, y las veces en que me he salido de la espiral del encanto tóxico. Me quedo dormida con una sonrisa en el rostro. Y cuando me despierto por la mañana, me siento poderosa.
Pensé que sería bueno compartir esto con vosotras.

[Agradecimientos]

Me gustaría dar las gracias a las siguientes per¬sonas por haber contribuido a la realización de este libro: Jim Motavalli (que creyó en mí mucho antes de que yo misma lo hiciera); Mary Ann Masarech; Laura Fedele; Judith Gardner; Karen Drena; Piper Machette; Richard Howe; mi hada madrina, Jocelyn K. Moreland; Felicia y David Robinson (quienes me dieron asilo en las primeras etapas de este libro); Jeff Yoder; Tom Connor; Sarah Waite y Lysbeth Guillorn, por su trabajo de investigación y edi¬ción ; Nicole Hollander, Marian Henley y Mary Lawton; Mace Norwood (que ha esta¬do en lo cierto durante todos estos años); y a todos mis amados amigos a los que, por ser demasiado maravillosos (y numerosos), es im¬posible mencionar por su nombre.

Un agradecimiento especial a Deborah Werksman por su paciencia extrema, su cons-tante amabilidad, su entusiasmo ilimitado y, sobre todo, su gentil sinceridad e intuición.


[Acerca de la autora]

Elizabeth Hilts es editora de un semanario alternativo. Asimismo, su trabajo aparece regularmente en periódicos (también alter¬nativos) de Estados Unidos.
Desde que definió el concepto de «ca¬brona interior» para el primer número de la revista Hysterial ha estado en diversas emi¬soras de radio para analizarlo en antena.
La autora considera que la cabrona inte¬rior alcanzó definitivamente la fama cuando Rush Limbaugh la vituperó en su programa de radio durante varias semanas. No hace falta decir que Rush no comprendió lo esencial.
Elizabeth Hilts ha fundado una empresa llamada Inner Bitch Professional Communications, que desarrolla talleres y seminarios dedicados al surgimiento de la cabrona in¬terior en toda mujer. La autora se encuentra disponible para hablar en público. Se puede contactar con ella a través de Hysteria Publications (203) 333-9399 (Estados Unidos) o por correo electrónico: hysteria@bridgeport.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario